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MAYO
2017
contra la desigualdad, redistribución
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En una viñeta publicada años atrás
aparecía un pequeño pez que pregun-
taba a otro de mayor tamaño: “Papá,
¿qué es el agua?”. En principio, la du-
da de la criatura sorprende, pero no
hace falta mucha reflexión para darse
cuenta de que la escena dibujada pre-
senta una situación tan lógica como
habitual. Lo que rodea a cualquier per-
sona desde el momento en que nace
forma tanta parte de ella misma que
se vuelve invisible, que de puro coti-
diano parece lo natural, lo que siem-
pre ha sido. Es necesario un pequeño
cambio en ese contexto para que, a
partir de la confrontación entre las dos
realidades, la pasada y la presente,
podamos comprender qué es el agua.
Hemos asistido, sin apenas percatar-
nos, a la mayor revolución tecnológica
de la historia de la humanidad. Basta
echar la vista atrás para constatar que
el mundo de hoy no se parece en nada
a ese en que vivíamos apenas hace
unos pocos decenios. Dichas transfor-
maciones han modificado, por supues-
to, la forma de producir, de consumir,
de relacionarnos pero también las
dinámicas políticas locales y globales.
Ahí, en esos cambios, tenemos otra
agua que nos rodea y que no sabemos interpre-
tar en tiempo real. Vamos viendo cómo se pro-
ducen, viviendo alguna de sus repercusiones
pero nos cuesta comprender que los paráme-
tros del pasado han perdido validez. Europa es
el paradigma de ese mundo cambiante que no
se entera de que las cosas han cambiado. Será
porque al considerarse siempre situada en el
mismo punto, el ombligo, no ve que a su alrede-
dor todo se ha movido. Será porque el ser
humano cambia más despacio que la tecnolog-
ía.
Cuando en el futuro los historiadores tengan
que analizar esta época, glosarán los grandes
avances científico-técnicos. Pero también se
preguntarán, quizá sorprendidos, cómo pudo
ser que se cometiera tal cantidad de atrocida-
des sin que se hiciera nada por evitarlo, cómo
pudo ser que tal nivel de desarrollo no sirviera
para impedir tal cúmulo de escenas que aver-
güenzan. Tal vez, solo tal vez, se verán obliga-
dos a reflexionar sobre las causas de la implo-
sión de Europa como agente político, sobre el
derrumbe socioeconómico de un continente
que antaño había sido potencia hegemónica
junto a los Estados Unidos. Una respuesta pare-
cerá obvia: ese ‘ser potencia’ no le dejó ver que
estaba dejando de serlo, no le permitió pensar
con otros parámetros a los que siempre le fue-
ron útiles. Como los nobles del antiguo régimen,
los europeos no fueron capaces de percibir que
un mundo estaba emergiendo y que venía a
destronarles.
Varios son los síntomas de esta ceguera auto-
destructiva, pero uno de los más evidentes está
siendo la respuesta política ante las diversas
crisis de refugiados que han derivado en el haci-
namiento de miles de seres humanos en las
puertas de una Europa a la que veían como ga-
rante de derechos y que les ha mostrado las
puertas cerradas por la indiferencia y el despre-
cio de quienes presumen de defender los mis-
mos valores en casa que desprecian fuera. En el
discurso de los líderes políticos hemos podido
entender su pequeñez de miras, su incapacidad
para analizar más allá de sus miedos. En algunos
casos, cosas de la hipocresía, los dis-
cursos abrían un atisbo a la esperanza,
pero los hechos no tardaron en des-
mentirles. El traje les quedó enseguida
demasiado grande. Al final, las políti-
cas practicadas se pueden resumir en
un ‘esconder el problema’, en pagar
para que los países transfronterizos
hicieran que las imágenes quedasen
un poco más lejos para poder mirar a
otro lado. El caso español es, entre to-
dos, de los más vergonzantes. No ha
sido capaz de acoger ni 1.200 perso-
nas, menos del 7% de la ya de por sí
ínfima cifra a la que se comprometió.
Este dato es más sangrante si le uni-
mos al descenso de las cantidades des-
tinadas a la ayuda humanitaria (en lo
que va de década, la caída proporcio-
nal ha sido de cinco a uno).
Se escudan los líderes en la respuesta
de la población. Razón en ese sentido
parece no faltarles si nos fijamos en el
incremento de las respuestas xenófo-
bas y el crecimiento electoral de las
organizaciones de ultraderecha. Pero
se parte de dos falacias. Por un lado,
esa respuesta ha sido alentada cuando
se ha presentado cualquier fenómeno
migratorio con palabras que estimula-
ban el miedo. Siempre, al abordar el asunto, de
forma directa o sibilina, se ha relacionado con la
seguridad, se ha asociado al terrorismo -como si
el terror supiera de fronteras y visados-; siem-
pre, también, se han utilizado palabras gruesas:
asalto, aluvión, avalancha… Por otro, olvidan
que buena parte de la población europea no
responde a estos patrones excluyentes, que se
siente más cercana a ese ideal europeo que en-
raíza en la Ilustración.
Europa tiene, esperemos que no sea tarde, que
mirarse de nuevo a sí misma pero para salir de
ella, dejar de pensar como centro para ser cons-
ciente de que ese mundo (bipolar, unipolar) ya
no existe. El trato que dé a quiénes se acercan a
sus fronteras huyendo de la guerra, del ham-
bre…de la muerte revelará qué Europa será en
el futuro: la que se refugia en sus miedos hasta
morir o la que quiere poner su parte –ser parte-
en la construcción de un mundo más abierto
desplegando su capacidad para abordar la situa-
ción del momento presente. Es tan simple como
saber que lo que nos rodea es agua. ●
Joaquín Robledo // Vocal de la Junta Directiva de ACPP
El agua que nos rodea
Dibujo cedido a ACPP por Jacobo Gavira para la campaña pro Refugiados