Sin futuro, se mira al pasado
En las últimas semanas, dos procesos electorales, las presidenciales en Francia y las autonómicas en Castilla y León, han aumentado el interés informativo habitual porque, en ambas, dos opciones reaccionario-populistas han copado buena parte del protagonismo. En el caso de Francia, no era la primera vez que Marine Le Pen accedía a la segunda vuelta pero sí la que las expectativas eran mayores. El resultado, sin serle positivo en cuanto a la consecución de la Presidencia, superó cualquiera suyo anterior, alcanzó un 42%. En el de Castilla y León, con las elecciones celebradas algo antes, el 13 de febrero, se ha formado un gobierno de coalición entre PP y VOX (con el 31 y 18% de votos respectivamente). Aparentemente es un gobierno similar al anterior, en el que el propio PP se coaligó con Ciudadanos. Sin embargo, las diferencias pueden ser notorias; más allá de por los contenidos acordados entre las formaciones gobernantes, por el diferente carácter de la fuerza que sale y la que se incorpora.
Es obvio el giro que se está produciendo en el mundo occidental. Junto a los casos apuntados, la fuerza política de organizaciones que se sitúan en un marco más conservador que las derechistas clásicas se ha incrementado de forma generalizada en los últimos años. Precisamente, en esa multiplicidad de casos radica la importancia, estamos ante un fenómeno creciente con capacidad para ir logrando cotas de poder inimaginables no hace mucho en buena parte del mundo occidental.
Sería un error limitarse a señalar a estos movimientos como potenciales causas de unas políticas más restrictivas en el ámbito de los derechos de las minorías; sería un error porque olvidaríamos que su eclosión es una consecuencia de las políticas económicas imperantes, de esa globalización que ha repartido esfuerzos y premios de forma desigual. Las élites locales, parte de ellas, sienten que con la globalización pierden poder, que su suelo se resquebraja. La percepción social del mundo en el que vivimos ha ido empeorando y los proyectos reaccionario-populistas han sabido apuntar hacia las fallas de un modelo que arrastra con su potencia y que transmite mucha inseguridad. No es extraño que se plantee como una certeza poco ha remota el que las personas que no han cruzado la treintena vayan a vivir peor que sus padres. No se agarran a la derecha los que más tienen sino los que más miedo tienen a perder lo que tienen.
Sería otro error imaginar las fuerzas políticas en un eje recto y conformarse con situar las indicadas a la derecha de la derecha. No. Estas organizaciones se salen de esas coordenadas cuestionando el propio eje. Si sus predecesoras de décadas anteriores hacían hincapié en lo que decían defender, en sus valores, las actuales juegan a la contra. Con un discurso agresivo cuestionan todo lo que les molesta asociándolo al establishment. Ellos no son, hacen ver que no son, lo que son los otros, los que nos han traído hasta aquí. Así consiguen que muchos vean por sus ojos, que justifiquen a los suyos en cualquier circunstancia y que cuestionen todo lo que se les pueda oponer. Buscan la aquiescencia sin necesidad de una identificación explícita. Sus planteamientos políticos, sus resortes filosóficos, no necesitan ser expuestos con rotundidad, es suficiente con que floten sin concreción en el ambiente. Así pretenden lograr convertirse en ‘la’ alternativa. Además, el recurso del nacionalismo nunca falla, limitan lo común a lo identitario.
En España, como se indicaba al inicio, ya forman parte del gobierno de una comunidad autónoma. Dada la secuencia pendiente de elecciones, cabe pensar que esta primera experiencia se centrará más en potenciar su discurso de forma que les sirva como campaña que en exprimir las posibilidades que el gobierno de una CA les permite. Entonces, sería otro cantar.
Para oponerse a esta deriva, por todo lo indicado, no sirve con apuntarles y señalar un ‘que vienen’ pretendiendo asustar. Más que servir, resulta contraproducente. Estas formaciones llegan a parlamentos y gobiernos a través del voto de una parte de la ciudadanía. En este sentido, las organizaciones a través de las que se articula la sociedad civil tenemos una responsabilidad insoslayable a la que debemos responder para defender los valores democráticos y de participación ciudadana, el pensamiento crítico (pero siempre el pensamiento), y continuar trabajando en la lucha local y global contra la desigualdad y por un mundo sostenible y respetuoso con las personas y nuestro planeta. Al fin, como el instrumento capaz de permitirnos vivir en condiciones dignas y en paz. Creemos en lo que hacemos, en lo que defendemos, y corresponde seguir insistiendo en aportar nuestro granito de arena. Porque sí, vivimos en un mundo que desampara, pero la solución no está en excluir ni en tener miedo al futuro. ●
Ilustración: Dualidad. Rufino Tamayo 1964 (detalle)