SI NO SE ‘ESPARRAMA’
Una de esas frases hechas a las que recurrimos de tanto en tanto afirma que ‘la Medicina no es una ciencia exacta’. La solo aparentemente inocua sentencia popular esconde un punto de inmodestia: apunta en el debe de la Medicina lo que no son más que nuestros límites temporales de conocimiento. Fuera de esos límites se encuentra la certeza que desconocemos.
Los de nuestra especie vamos accediendo al conocimiento de forma paulatina, muy poco a poco. Y ese acceso se produce tras arduas labores de investigación que someten los estudios al método científico, una forma de hacer que se sustenta en dos pies, la falsabilidad y la reproducibilidad, una manera de trabajar que requiere, por tanto, tiempo. A la certeza, al acercarse a la certeza, se accede por el camino de la especulación, de la hipótesis, del ‘parece que por aquí’. Teorías aceptadas provisionalmente que luego pueden ser refutadas. Vaya, que se embarran y no llevan al destino deseado. De forma habitual, los ciudadanos no estamos pendientes de ese proceso. Lo que nos llega es el producto elaborado que ha estado sujeto a todo el protocolo indicado. Erróneamente asumimos que la ciencia es, sin más, una máquina de ofrecer respuestas.
Cuando, como es el caso de la situación derivada de la COVID-19, la necesidad camina por delante de la oferta, cuando a la ciencia se le exige que produzca con urgencia lo que no existe, cuando asistimos en directo al proceso dilatorio de la investigación, se genera una enorme desconfianza por incomprensión. Las prisas es lo que tienen.
Por otro lado existe, y esto no es de ahora, un debate sobre la neutralidad de la ciencia. Como el gato de Schrödinger, la ciencia está a la vez viva y muerta, es neutra y no lo es. Lo es por definición: lo desconocido, antes de ser abordado, no toma partido. No lo es tanto en cuanto que existen motivaciones que deciden la prioridad, el qué y para qué se investiga lo que se investiga y se deja de lado el resto. Así, las líneas de avance científico vienen decididas por intereses de mercado, por las necesidades, reales o supuestas, del 20% de la población más rica.
La situación actual, el arranque de las campañas de vacunación contra la COVID-19, queda mejor contextualizado atendiendo a ambas circunstancias. Las prisas y el desconocimiento del método científico provocan en una parte de la población unas expectativas de imposible cumplimiento y, en paralelo, una desconfianza exacerbada en otra. Los intereses de los estados más fuertes-que han contribuido a que se hayan abierto un buen número de investigaciones al respecto de la vacuna al colocar casi todos los huevos en esta misma cesta- y su potencial económico decidirán los criterios de distribución. Lo primero, el debate sobre la eficacia y riesgos de la vacuna, no forma parte del ámbito de actuación de ACPP ni, por tanto, puede hacerlo de esta reflexión escrita más allá de dejar patente la decidida postura en pro del método científico. Sobre lo segundo, la distribución, sí. Se hace prioritario que la vacuna llegue a todos los rincones del planeta. Ya no es una cuestión de apelar a la solidaridad ni a valores de esta especie, sino de puro egoísmo: los virus no entienden de fronteras y mientras una parte de la población esté expuesta, lo estará el resto. Nunca como en una enfermedad infecciosa tienen más sentidos los versos del salmantino Manuel Díaz Luis, “La riqueza es como el estiércol,/si no se ‘esparrama’ nunca da fruto/ y no vale nada”. Escatimar en el fondo COVAX (el fondo de acceso global para vacunas COVID-19) resulta tan miserable como lo sería la decisión de las farmacéuticas de colocar a dicho fondo en el último lugar de su prioridad.
Desde nuestra perspectiva local, fue una buena noticia que la UE tomara las riendas para una negociación por todos sus miembros. Si en un primer momento, esta institución estuvo desaparecida, ahora parece decidida a cumplir alguna labor. Al menos con la compra conjunta ha evitado el espectáculo competitivo de los distintos gobiernos. Mejor sería, para evitar sospechas, una dosis de claridad informativa que nos condujese a conocer tiempos, cantidades, dineros y motivos por los que se eligen unas compañías y no otras. Por el contrario, el retraso de las farmacéuticas en el suministro del material comprometido genera una incertidumbre que va más allá de la duda sobre su capacidad de fabricación.
La vacuna que ni se ha inventado ni se investiga es la que evitaría el abuso de quien tiene en su mano la posibilidad de hacerlo. Sorprende, eso sí, que estas prácticas, con la pretensión de dulcificar el mamoneo, se definan como ‘picaresca’. No; en realidad, es justo lo opuesto. Los pícaros de nuestra literatura clásica, el Buscón, el Lazarillo o el Guzmán de Alfarache, fueron ‘pobreshombres’ que vivían en la frontera del sistema y que delinquían con la pretensión de ingresar en él. Los que se benefician de su situación privilegiada son, en el lenguaje de aquellas novelas, seres sin honra. Al fin, seguimos comprobando que una sociedad debe fortalecer los elementos de control a las personas e instituciones que la dirigen.