Elecciones locales y autonómicas: todo está por hacer y todo es posible
Como el deportista que ha conseguido plaza para participar en los Juegos Olímpicos, así, con una mezcla de satisfacción y de responsabilidad, con la doble sensación de haber conseguido algo importante y, a la par, la certeza de que todo está por hacer, es como nos encontramos tras conocer el resultado de las elecciones municipales y autonómicas. Esta vez, además, la preparación no había tenido nada que ver con las veces anteriores, había que derrotar a los grandes transatlánticos que habían gobernado la política española desde la fagocitación de la UCD. Nuevos actores han ido apareciendo, nuevos actores que respondían a nuevas inquietudes y que se fueron articulando en muchas ciudades, y no solo en las dos grandes metrópolis. El discurso hasta ahora hegemónico de la derecha se ha agrietado porque no sostenía una comparación con la realidad.
Desde el día 24 la realidad se ha impuesto y ha laminado el poder institucional de la derecha. Pero no pensemos que con eso es suficiente, los resortes del poder no institucional (dejémonos de eufemismos, el económico y todo lo que de él subyace) siguen intactos y actuarán para defender sus intereses. Sin una población consciente que sea capaz de aguantar todos los ataques que a buen seguro va a recibir, será imposible un cambio político de la magnitud del que quisieron solicitar los votos. Las elecciones han allanado otro camino, la otra pata necesaria del bipartidismo, el PSOE, tendrá que tomar una decisión, elegir si quiere ser carne o pescado. Hasta ahora le iba bien eso de encender en intermitente izquierdo para después girar a la derecha. Ya no, lo que haga a partir de ahora –aunque no conviene olvidar la trayectoria- servirá como fidedigno retrato. Todo es cierto, pero no lo es menos que los procesos de cambio son largos y excesivamente sensibles, hay que cuidarlos si queremos que duren y sirvan para acercarnos a la sociedad a la que aspiramos. Podemos decir con orgullo que se abre otro escenario, que el bipartidismo boquea, pero ¡ojo! no ha muerto. En breve se abrirán otra vez las urnas, serán elecciones generales y se hace imprescindible que suene una melodía similar para derribar las políticas antisociales que han arrastrado a la pobreza a un tercio de la población española, a la precariedad a la gran mayoría de los trabajadores, que ha erosionado los servicios públicos fundamentales, que ha ‘regalado’ las empresas públicas, que se ha enriquecido ilegalmente con estas operaciones. El proceso no empezó ayer, pero estos últimos cuatro años han sido un perverso estrambote que tiene que terminar o terminará con nosotros.
Forjar la lucha contra la desigualdad como primer interés es urgente, no puede esperar; hacerlo respetando los límites del planeta se ha convertido en perentorio; asumir, además, que la desigualdad no entiende de fronteras y, de esta manera, pensar de una forma más global y fortalecer las relaciones de cooperación es un vector imprescindible. Pero para que lo que se pueda conseguir se consolide hay que pensar más allá. Este anhelo pasa, también, por dignificar la política: para que haya esperanza en que los tiempos oscuros acaben es necesaria la fuerza social suficiente para cambiar las normas del juego y que estas sean más justas y representativas. Así, solo así, la política volverá a componerse de negociación y acuerdos en vez de la imposición de rodillos; la política volverá a su sentido primigenio, será de todos. El camino se ha emprendido, pensar que con esto es suficiente sería un error mayúsculo que pondría en peligro todo el trabajo realizado. Como sociedad civil tenemos la obligación de observar, analizar y vigilar. Un entrenamiento que servirá para que la participación en los Juegos Olímpicos nos deje igual de satisfechos que la clasificación.