Cincuenta años de unificación forzada
Durante la ceremonia oficial celebrada con motivo del 50 aniversario de la «unificación» de Jerusalén en mayo de 2017, el presidente Reuven Rivlin afirmó: «Si decimos al mundo entero que Jerusalén es uno, y que Jerusalén no puede ser dividida, no debemos dividirla nosotros mismos. Quien mira hoy a Jerusalén no puede dejar de ver que todavía hay un abismo entre la parte occidental de la ciudad y la parte oriental. La soberanía en Jerusalén significa asumir la responsabilidad de toda Jerusalén”. Como muchos otros, Rivlin colocó la idea de la unificación de Jerusalén en un pedestal, pero admitió que lo que observaba en realidad era menos que edificante. La disonancia entre la idea de una Jerusalén unificada y su realidad se repitió en todos los discursos oficiales dados en las celebraciones del 50 aniversario. Cuanto más enaltecidos eran los tópicos, mayor era la división entre estos y la realidad.
Rivlin tiene razón al decir que las graves disparidades entre el Oeste y el Este de Jerusalén crean un claro mapa de separación sobre el terreno. Pero la solución que él y muchos otros proponen – la inversión en Jerusalén Este junto con el endurecimiento del control israelí sobre todos los aspectos de la vida en esta parte de la ciudad – es más de lo mismo. La «Jerusalén unificada» es una ciudad que se ajusta a una lógica de “suma cero”, pues es propiedad exclusiva de una de las partes. Desde el inicio, los poderes de la ciudad se movilizan con el objetivo de aumentar el aislamiento e impedir el desarrollo social y físico de más de un tercio de los residentes de la ciudad. Esta es una ciudad que actúa contra sus residentes y los enfrenta entre sí. La Jerusalén unificada es una ciudad tensa, con planificaciones esporádicas y fragmentadas, que necesariamente produce y alimenta enormes enclaves de pobreza y abandono, construyendo muros visibles y encubiertos entre sus poblaciones en el nombre de una unificación imaginaria. No es de extrañar, por tanto, que a lo largo de los años Jerusalén se haya convertido en la ciudad más pobre de Israel, y que las estadísticas sobre la emigración neta estén continuamente en aumento.
Cincuenta años de unificación forzada han llevado a Jerusalén a un callejón sin salida. La gente que ama Jerusalén debe darse cuenta de que el enfoque de la «propiedad exclusiva» contradice la propia naturaleza de esta ciudad y provoca que toda ella se deteriore. Una solución para la compleja realidad política y social de la ciudad solo puede darse a través de medidas políticas que tengan en cuenta los lazos nacionales, religiosos e históricos de los dos colectivos que viven en la ciudad. El intento de aislar la cuestión de las condiciones de vida de los residentes palestinos y palestinas de sus propios vínculos con la ciudad en su conjunto, y de la cuestión del estatus legal y el derecho a pertenecer a un marco político, es a lo sumo un modelo mejorado de la situación existente, pero que en última instancia acrecentará aún más los marcos que facilitan la separación discriminatoria. Asumir la responsabilidad de la situación significa reconocer la realidad de Jerusalén como el hogar de dos pueblos. Ambos pueblos tienen profundos lazos con la ciudad y ambos seguirán compartiendo sus vidas al margen de la situación política imperante en el futuro.
Esta realidad es el telón de fondo de la tensión existente en la ciudad, pero también es la base para los delicados equilibrios que permiten su funcionamiento diario y que puede servir como base para una futura resolución acordada sobre la ciudad. Debido a la complicada realidad de Jerusalén, cualquier solución será compleja y tendrá que tener en cuenta los intereses de todos los habitantes de la ciudad y sus ambientes de vida que se han ido formando a través de los años. Ninguna solución sostenible para la ciudad surgirá de una mayor destrucción del tejido de la vida de los residentes de Jerusalén Este en forma de planes de separación unilateral, que son el último recurso para intentar preservar a toda costa el enfoque de propiedad exclusiva.
Los residentes de Jerusalén y su liderazgo político en ambos lados tienen que ser socios para determinar el futuro inmediato y a largo plazo de la ciudad. La experiencia de vida compartida puede y debe servir de base para una gestión más justa de la ciudad en la realidad actual y crear un horizonte para un futuro político acordado. En primer lugar hay que mejorar las condiciones de vida de los residentes palestinos en términos absolutos. Esto solo puede hacerse mediante el reconocimiento de sus vínculos con la ciudad y su derecho a gestionar su propio espacio urbano, es decir, mediante sus propias instituciones y estructuras de gestión. Estas instituciones mejorarán la vida en Jerusalén Este y establecerán la infraestructura para una futura solución de una ciudad abierta, en la que coexistan dos marcos municipales y políticos independientes. ●
La foto refleja el Barrio de At-Tur, Jerusalén Este, donde la población palestina residente, con la colaboración de Ir Amim, ha presentado una reclamación de derechos de planificación