Esto es un poco como un toro
Las metáforas son metáforas, una alegoría es una alegoría, figuras literarias al fin y al cabo. Pero la insistencia, la persistencia, la repetición de un mismo referente bien desnuda una obsesión -¿se acuerdan de aquel guiñol del torero Jesulín de Ubrique que ante cualquier pregunta respondía con “esto es un poco como un toro”?-, bien construye las bases de un deseo, aquello de la profecía autocumplida. De una forma u otra, las comparaciones elegidas, cuando van más allá de simples metáforas ocasionales, traslucen una forma de ser, de enfrentarse a los problemas. Los campos léxicos elegidos muestran maneras de vivir, que cantara Rosendo.
Viene al caso este preámbulo por la estrategia comunicativa del gobierno al respecto de la crisis del COVID-19, por la machacona tendencia a mostrarnos los diferentes aspectos de la crisis como si en vez de ante una emergencia sanitaria, ante un problema de salud pública, España se encontrase en guerra. A ello, junto al lenguaje, contribuye la selección de los interlocutores elegidos para aparecer en las ruedas de prensa y entre los que no falta el personal uniformado. Incluso, los chascarrillos: para indicar que no se había producido ningún cambio sustancial, Miguel Ángel Villarroya, el jefe del Estado Mayor de la defensa español, recurrió al “Sin novedad en el frente”. Pero ni fue el primero ni España es una excepción. El Presidente galo tomó la delantera en eso de remarcar que “Estamos en guerra” en el momento de anunciar a sus compatriotas la situación en relación al coronavirus. En otro continente, Nayib Bukele, Presidente de El Salvador, escribía en twitter “algunos no se han dado cuenta, pero ya inició la Tercera Guerra Mundial”. Así, hemos dejado de ser personas de la calle para convertirnos en soldadesca, los hospitales son frentes de batalla y demás retahíla.
Pero no, ni estamos en guerra ni, entendemos, permanecer en el mismo campo léxico ayuda a transmitir la verdadera realidad de la situación en la que nos encontramos. Huelga, por ser de sobra conocido, apuntar un listado con las diferencias entre un enfrentamiento militar y la actuación de los diferentes sectores profesionales concernidos ante una pandemia. Pero sí cabe subrayar dos aspectos: la preeminencia de los cuidados y la actitud ante la limitación de derechos.
Los cuidados, la atención y asistencia a las gentes que tenemos y a las que sentimos próximas se sitúan en el centro del tablero, es el objetivo básico. En la guerra, por el contrario, los senderos de gloria se transitan sin tener en cuenta cuánta gente -anónima, eso sí- ha de caer para lograr el objetivo o, cuanto menos, regalar el honor a los generales. Por otro lado, la solidaridad como actitud, los servicios públicos como medio, son los principales recursos con los que contamos. En estas condiciones, es más sencillo asumir la limitación de alguno de nuestros derechos; no por la fuerza o por miedo a que te golpeen o te presenten ante un consejo de guerra. El abuso del lenguaje bélico, en este sentido, enfatiza el control social, un mal precedente, y minimiza las pérdidas humanas si se logra el objetivo, un pésimo corolario.
Lo dicho, bien que el lenguaje se enriquezca con metáforas, bien que de vez en cuando se realice alguna alegoría de la pandemia relacionándola con la guerra, los toros -como Jesulín- o el tenis y otra, muy diferente, trasladarnos por medio del lenguaje a un escenario que no es.